SOMBRAS DE CRISTAL
- Crónica de las horas viejas -
-EL CAMINO REAL
Frente a la casa de los abuelos, al otro lado de la calle, mis padres tenían una tienda en la que se vendía un poco de todo (yo siempre digo que aquella casa fue la precursora de los modernos supermercados) Por tener, hasta tenía taberna y se daban comidas. A la tienda acudía gente de toda la comarca y, en una época marcada por la desinformación, la "Casa de Canda" funcionaba cómo centro neurálgico de intercambio de noticias; unos contaban lo que habían visto o habían oído y, otros venían a pedir consejo a mi abuelo, al que muchos tenían por sabio. El abuelo leía todos los días "El Pueblo Gallego" o echaba un vistazo a las páginas de cualquier viejo libro.
Era ya muy tarde cuando cesó la tormenta y llegaron mis padres a cenar; habían estado ocupados desalojando el agua que, sin ni saber por donde había entrado, produjo una pequeña inundación en el local poniendo en riesgo las mercancías.
Mi padre contó que "Charé", el capataz de los camineros, había llegado con la noticia de que habían visto a un hombre lobo en la dehesa de Ollares, y otro en el "camino de los franceses" Aquello parecía una invasión...
Al día siguiente desperté con la angustia que me produjo toda una noche de pesadillas en las que el hombre lobo se paseaba por el pueblo escogiendo a sus victimas; pensé: "prefiero la tormenta"...
Todos los días, Andrés venía a llamarme para ir juntos a la escuela; por el camino nos contábamos todo lo que habíamos escuchado en el entorno familiar. Ese día lo esperaba con cierta ansia, deseoso de contarle la historia del hombre lobo, pero como tardaba en llegar fui solo para la escuela; allí supe que, durante la tormenta, el padre de Andrés había muerto alcanzado por un rayo mientras intentaba fortalecer las puertas de las cuadras para evitar que el hombre lobo pudiese entrar y matar al ganado...
Andrés y yo teníamos aficiones que no compartíamos con otros niños; nos gustaba la naturaleza; jugábamos a identificar plantas, hierbas, árboles, y cuanto bicho veíamos; cuando no sabíamos su nombre ni lo encontrábamos en las escasas y pobres guías de que disponíamos, inventábamos uno para poder clasificar las especies. A veces, creo que alguno de aquellos nombres se hizo tan popular que aún permanece en los localismos del pueblo... También buscábamos nidos de pájaros para hacer seguimiento de la puesta y del nacimiento de los pollos; era una aventura que procurábamos mantener en secreto, pues alguno de nuestros amigos era capaz de robar el nido y los huevos tan solo por jugar; por eso no podíamos compartir nuestras actividades...
Creo que ya era primavera; habían pasado meses desde el fallecimiento del padre de Andrés... Un día, al pasar por delante de la casa de Gumersindo, el herrero, este nos llamó para decirnos de un nido de perdices; él sabía de nuestra afición y nos indicaba en donde había visto alguno de los que encontraba mientras recolectaba raíces y ramas para hacer carbón; nos enseñó a identificar plantas y arbustos, a distinguir y escoger la mejor madera para hacer carbón, y también a hacer las carboneras.
-En el camino que baja del "Alto de los Castros" hasta "Fonte Salgueira", entre los matojos que rodean el descampado en donde humea la carbonera, encontrareis el nido. Al lado del muro que cierra la finca, si buscáis bien las marcas, podréis encontrar una cama de liebre...
-¿Y si aparece el hombre lobo?...
- Si aparece el hombre lobo, le decís que Gumersindo el herrero irá a buscarlo, lo encontrará, y lo quemará en la carbonera!
Encontramos el nido de perdices, y vimos a la liebre que después de una pequeña carrera se detenía para mirarnos. Después seguimos por el camino real hasta el río Arnego en el fondo de Tuiríz; queríamos copiar la inscripción que hay en la piedra de la basamenta del antiguo puente romano, para compararla con la de las piedras y cruces que había en el llamado "campo dos marcos del Camballón", en aquel altiplano que nuestros antepasados llamaban "el lugar de las cruces del monte de Besexos", lugar donde habría tenido el nacimiento del pueblo.
Comenzaba a oscurecer cuando llegamos de vuelta; ni nos acodamos del hombre lobo... Fue la última vez que oímos hablar de él y, aunque no lo sabíamos, aquel también sería el último día que Andrés y yo compartimos aventuras; al día siguiente, toda su familia había abandonado Las Cruces. Se habían ido a vivir a Barcelona, en donde su madre tenía algún pariente y, por lo que fuera, prefirieron olvidarse del pueblo, de los amigos, y de todo cuanto dejaban aquí, que tampoco era mucho. No sé cuántos años habían pasado hasta que volví a verlo... Fue por las fiestas del pueblo; caminaba presuntuoso, con la cabeza erguida y el cuello tan rígido que semejaba de madera. Miraba a todos por encima del hombro y fingía no reconocer a nadie... Apenas un roce, así fue el apretón de manos de aquel ser que me miró con aparente indiferencia y desprecio.
Algunos de los muchos que por necesidad emigraron en busca de una vida mejor, mostraban esa actitud de superioridad cuando volvían al pueblo: Traían vehículos de alta gama, despilfarraban el dinero, y gastaban un aire de superioridad que además de conferirles una ridiculez apabullante, generaba un notable aislamiento social con la gente del pueblo.
-LAS CRUCES DEL MONTE DE BESEXOS
- Hay una bandada de perdices en la "tierra nueva" de los Barreiros, y otra bandada en la zarra de Magallanes... A ver si no las encuentran los cazadores...
Continuará...