SOMBRAS DE CRISTAL
- Crónica de las horas viejas -
-EL HOMBRE LOBO
aire se abrió la puerta en el instante en que el destello de un relámpago dibujaba en el quicio la sombra
enjuta del abuelo que, sin decir palabra, entra, cuelga la empapada zamarra, saca su navaja, corta dos rebanadas de pan, y varias lonchas de tocino que clava en una varilla de alambre para poner al fuego de la “lareira”.
-Abuelo… ¿qué es un “lobishome”?.
Mientras asa sus torreznos, sin levantar la mirada del fuego, habla de la intensa lluvia que hace difícil poder sacar las vacas al pasto, de los trabajos que pasa el vecino escondiéndose para que no lo vean mover las marcas de la finca, y de cómo corrían unos jornaleros que afirmaban haber visto un “lobishome” deambulando por "la tierra nueva" de los "barreiros".
-Así es como llamamos al “hombre lobo”; pero al fin, hombre lobo o lobishome es un ser salvaje y despiadado, capaz de matar y devorar a sus victimas, sobretodo niños y mujeres…
En ese momento un escalofrío me erizó la piel... De pronto tengo la sensación de que la luz de los relámpagos entra a través de las paredes fabricando misteriosas sombras... ¿Y si la gruesa pared no es suficiente para evitar la entrada del lobishome...? Para no perder de vista la puerta me pongo contra la pared, justo debajo de la chimenea; el humo hace que de mis ojos salga un río de lágrimas, pero pienso que si la alimaña entra en casa no me verá, y aguanto el humo como chorizo en cañizo...
La tormenta va en aumento; llueve tan fuerte que ni el retumbar de los truenos, que hacen temblar toda la casa, es capaz de acallar el ruido del agua de lluvia que corre calle abajo tal que un desbordado arrollo de lodo. A veces, alguna piedra hace que el agua se revuelva y salte produciendo un chapoteo, como el de un lobo vadeando el agua…
-¿Y si viene el hombre lobo...?
La abuela, dándole un cariñosos cachete al abuelo, le recriminó que me asustase contando aquella historia:
-El hombre lobo no existe, pero si existiese, aquí estamos preparados para hacerle frente...
Al tiempo que hablaba, me mostraba algo semejante a una lanza de vara delgada, en cuya punta tenía algo así como un hacha de pequeño tamaño, acotada con una media luna y rematada en punta de flecha.
-¿Tuviste miedo?
-Creo que aquel ser corría porque tenía más miedo que todos nosotros juntos...
-Abuelo… ¿me asas un torrezno?
La abuela, que no había dejado de refunfuñar mientras trajinaba a nuestro alrededor, le pidió al abuelo que dejase de asar torreznos y que no me diese más a mi.
-¡No comas tanto tocino, que después no duermes!
-¡Carajo! !Cómo no duermo es si no como!
De todo lo que había traído de Cuba, lo de "carajo" era una de las pocas riquezas que le quedaban al abuelo; bueno, lo de "carajo", un cinturón con una enorme hebilla de oro, un reloj de bolsillo también de oro, un sombrero de fieltro, y la costumbre de mascar tabaco, un tabaco que, por no haber otro, él mismo cultivaba clandestinamente en una huerta que aún hoy conserva el nombre de "La Botica" Lo del aguardiente vino después...
-EL CAMINO REAL
Frente a la casa de los abuelos, al otro lado de la calle, mis padres tenían una tienda en la que se vendía un poco de todo; era como un precursor modelo de los modernos supermercados y, por tener, hasta tenía taberna.
Era ya muy tarde cuando cesó la tormenta y llegaron mis padres a cenar; habían estado ocupados desalojando el agua que había entrado en el local provocando una pequeña inundación.
Mi padre contó que "Charé", el capataz de los camineros, había llegado con la noticia de que habían visto a un hombre lobo en la dehesa de Ollares, y otro en el "camino de los franceses" Aquello parecía una invasión...
Al día siguiente desperté con la angustia que me produjo toda una noche de pesadillas en las que el hombre lobo se paseaba por el pueblo escogiendo a sus victimas; pensé "prefiero la tormenta"...
Todos los días, Andrés venía a llamarme para ir juntos a la escuela; por el camino nos contábamos todo lo que habíamos escuchado en el entorno familiar. Ese día lo esperaba con cierta ansia, deseoso de contarle la historia del hombre lobo, pero como tardaba en llegar fui solo para la escuela; allí supe que el padre de Andrés había muerto durante la tormenta, alcanzado por un rayo cuando intentaba fortalecer las puertas de las cuadras, para evitar que el hombre lobo pudiese entrar y matar al ganado...
Andrés y yo teníamos juegos que no compartíamos con otros niños; nos gustaba la naturaleza; jugábamos a identificar plantas, hierbas, árboles, y cuanto bicho veíamos; cuando no sabíamos su nombre, inventábamos uno para poder "reconocerlos" la próxima vez y, a veces, creo que alguno de aquellos nombres se popularizaron y permanecen en los localismos del pueblo... También buscábamos nidos de pájaros para hacer seguimiento de la puesta y del nacimiento de los pollos, pero eso no podíamos compartirlo, pues alguno de nuestros amigos era capaz de robar el nido y los huevos, tan solo por jugar.
Unos días después del entierro del padre de Andrés, al pasar por delante de su casa, Gumersindo, el herrero, nos llamó para decirnos de un nido de perdices; él sabía de nuestra afición, nos indicaba en donde encontrar los nidos y, además, nos enseñaba a identificar plantas y arbustos, a distinguir y escoger la mejor madera para hacer carbón, y también a hacer las carboneras.
-En el camino que baja del "Alto dos Castros" hasta "Fonte Salgueira", entre los helechos que rodean el descampado en donde humea la carbonera, lo encontrareis.
-¿Y si aparece el hombre lobo?...
- Si aparece el hombre lobo, le decís que el herrero lo buscará y lo quemará en la carbonera.
Siguiendo el camino real llegamos hasta el río Arnego; queríamos dibujar la inscripción que hay en la basamenta del antiguo puente romano, para compararla con la de las piedras y cruces que había en el llamado "campo dos marcos del Camballón", en lo que nuestros abuelos habían conocido como "el lugar de las cruces del monte de Besexos, y en el que los primeros asentamientos habrían dado lugar al actual nombre de "Las Cruces".
Aquel fue el último día que oí hablar del hombre lobo y también la última vez que vi a Andrés; se habían ido a vivir a Oviedo, de donde era originario su padre.
Continuará